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Episodio 2. Todos llevamos un explorador dentro

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2. Todos llevamos un explorador dentro María de Marcos

Música: Bruce Springsteen

El arquetipo del explorador: en busca de la autorealización


Un episodio imprescindible para los que buscan (incansablemente). Si eres joven o estás en la crisis de los 40; si estás buscando nuevas experiencias para sentirte vivo o hacer las cosas de la manera en que crees que deberían hacerse; si quieres comprender qué te pasa y cómo afrontarlo… El explorador es tu arquetipo.


Todos llevamos un explorador dentro


Algunas personas tenemos por misión - y por condena- estar en cambio constante. Somos exploradores “vocacionales”. Lo nuestro es un no parar que resulta estimulante - y también agotador y a menudo incomprensible- para los que tenemos cerca. ¡No entienden porqué nos complicamos tanto la vida!


Conocemos exploradores en la literatura, en el cine, en las canciones - Ulises, Vaiana, Capitán Salvaje, Springsteen, Queen, Mary Oliver -... Pero los exploradores no son figuras míticas: todos llevamos un explorador y una exploradora dentro.


Cuando tu explorador despierta...

Cuando tu explorador despierta, tener a un explorador “vocacional” cerca puede ser de gran ayuda para compartir experiencias y compañía. A modo de guía te dejo algunas pistas para que reconozcas en ti “a la fiera” y puedas darle bola sin tanta culpa.


Vamos allá


Tu exploradora es esa parte temeraria que se revuelve en el sofá y se levanta contra lo de toda la vida y quiere algo nuevo. Para algunos está muy presente, siempre. Para otros no tiene tanta fuerza; otros arquetipos le tiran más.

Pero hay épocas de la vida en las que tu explorador está muy despierta. Por ejemplo, la juventud cuando estás decidiendo qué rumbo darle a tu vida. O la franja entre los 35 y los 40 en la que empiezas a sentir muy fuerte el tirón entre lo que has venido haciendo y lo que de verdad quieres hacer.


¿Qué pone en marcha a tu explorador?

¡Wow! La sensación de estar atrapado. Son momentos en los que el traje se te queda pequeño; te falta espacio; te revuelves; lo de fuera te aprieta y lo de dentro… Lo de dentro también. Te aprieta el trabajo, la pareja, los hijos, la repetición. Te aprietas tú … ¡Y quieres salir!

¿Qué buscas?

Te mueve un afán por mejorar, una fiebre por no quedarte anclado, la ambición de hacer más y sobre todo de hacerlo mejor.

Para ti mejor puede significar una vida más libre, que vaya más con cómo eres y con lo que te gusta hacer. Poder marcar tus propias normas. Sentir que quién eres  y cómo vives está alineado: que es coherente por dentro y por fuera.


A veces buscas un nuevo trabajo, vivir solo, una nueva pareja, un nuevo reto, una combinación de todo ello… O una nueva identidad, más tuya.


¿Qué te mueve?


La insatisfacción te da alas, sí; te mueve a buscar, a no acomodarte, a avanzar. Pero… la insatisfacción también te llena de frustración y de agotamiento. Son las dos caras de una misma moneda. Toda cara A tiene su cara B. Y este es un buen ejemplo.


¿Hacia dónde vas?


Muchos partimos a la búsqueda sin un objetivo concreto: buscamos, sin más. No sabemos hacia dónde vamos.

Quizás tenemos una intuición o una señal. En el mejor de los casos tenemos una dirección. Tener una dirección es es un alivio porque enfoca nuestra búsqueda. Pero también es un agobio porque la cierra.

Nuevamente, las dos caras.

A veces la búsqueda se cierra antes de tiempo y sentimos, de nuevo, que perdemos libertad. Nos revolvemos como un caballo salvaje. Queremos romper la cuerda y ser libres, con las crines al viento.  Y es que tenemos algo de cowboy solitario. La fuerza de adentrarnos en territorios desconocidos y de poder hacerlo solos.

¿Cuáles son los riesgos?


La búsqueda implica partir, arriesgarse, romper normas, cuestionar y cuestionarse, mostrarse, estar dispuesto y comprometido con tu búsqueda a pesar de

Todo esto suena muy mítico, muy bello y muy inspirador: y lo es. Pero en contrapartida nos sentimos muy solos. Porque llevamos un ritmo que es difícil de seguir y no somos pacientes; porque parece que no necesitamos a nadie pero nos hace felices compartir los descubrimientos y a veces no hay nadie - nadie que nos llegue a tocar ahí dentro- con quien poder compartirlos.

Tenemos un tema entre la necesidad de libertad y la necesidad de intimidad y conexión. Dos caras más de la moneda.

En esta fase al menos, podemos ser irascibles y dominantes; tenemos nuestra manera y para nosotros adaptarnos a formas que no son la nuestra es casi un dolor. Lo hacemos si nos vemos obligados, pero lo sentimos como una claudicación. Y si pasa demasiado a menudo dejamos de sentir, nos devoramos, vamos hacia dentro y nos apagamos.

Hasta que algo empieza a bullir y es la furia. La ira soterrada y contenida que sale en forma de zarpazos, de malas palabras, dirigidas hacia fuera… y hacia  o dentro.

La soledad acaba por pesar como una losa. Al principio es un medio, una manera de retirarnos y partir hacia nuestra búsqueda. A la vez que nos da miedo, la anhelamos. La anhelamos tanto que si no estamos atentos acabamos por confundirla con un fin. A veces no sabemos volver y necesitamos ayuda para salir a flote o para no perder el rumbo y vivir solos.

Aprender cómo de cerca y cómo de lejos podemos estar del grupo es un tema para nosotros.

También lo es el no cerrar tanto el punto de mira en nuestra propia búsqueda que acabemos por no ver lo que tenemos y a quienes tenemos alrededor. O los veamos como medios para un fin: el nuestro.

¿Cuáles son las recompensas?


El explorador siente una ilusión tal que no la mide contra la realidad. Eso le salva porque le empuja a poner el turbo y lanzarse contra viento y marea, más allá de lo establecido.


El explorador vuelve con el premio de lo aprendido, con la conquista de sí mismo, con su coherencia, con las heridas de guerra y quizás con un premio para todos: “Ves, es posible, se puede hacer. Este ha sido mi camino y tú puedes encontrar el tuyo”.

El Gran Premio del explorador es su autonomía y su autenticidad. Cuando además comprende que puede tener ambas cosas y relacionarse con otros su soledad se transforma en interdependencia y encuentra una manera más sana de buscarse sin dejar atrás a los demás.

Algunos no vuelven, no les interesa volver porque su interés está en su propio camino. O vuelven heridos, agotados, desesperanzados y en sí mismo eso también es un premio: el riesgo contenía la promesa de algo podía llegar a ser… Y resultó ser otra cosa.

De nuevo, dos caras de la misma moneda.

¿Cómo te sientes con un explorador cerca de ti?

Si miras desde fuera estas personas te parecen muy estimulantes. Pueden despertar en ti el gusanillo del deseo, la fuerza, el ejemplo, la inspiración. Y al hacerlo también sostienen el espejo en el que te miras:

“¿Está loco? Yo no me atrevería, me gustaría pero yo no puedo, mi situación no me lo permite”.


Y eso escuece. Quedas tocado por la añoranza y por una cierta envidia. Algunos picotazos son definitivos y no te los quitas de encima: llevas “el veneno” contigo. Y ese veneno se convierte en un antídoto que te impide acomodarte o que descabala tu comodidad y te pone un petardo en el culo.

Y con ese runrún dentro, cuando coges la fuerza suficiente, empiezas tu propia búsqueda, tu propio rodeo.

El comienzo de tu propia búsqueda

Yo he vivido algo así  muchas veces a lo largo de la vida; a veces sola, a veces en compañía de otros:

“Tengo la vida muy bien montada. Tienes la vida muy bien montada. No nos vamos a complicarnos la vida”... Y nos la complicamos. Cambiamos de estudios, de dirección, de país, de pareja...


Lo hacemos porque sentimos que hay una historia que queremos vivir y que tira con más fuerza que la renuncia.

Y hay algo temerario, ilusorio; hay una cierta pérdida de conexión con la realidad y sus consecuencias porque si tuvieras en cuenta la realidad y sus consecuencias, ¿cuándo partirías de aventura?

Quizás esto de explorar sea como tener hijos: si de entrada supieses todo lo que conlleva, ¿te meterías en ello? Lo que conllevan los hijos - y es diferente a otras empresas- es que el compromiso no deja opción a la retirada. Pero bueno, a lo que iba, lo que conlleva la aventura es que es inimaginable. Y está bien así.

Son épocas de grandes preguntas.  ¿Esto que hago es lo que he venido hacer? ¿Este es mi lugar, esta es mi manera, esta es mi gente? ¿De verdad? ¿Esto es todo lo que es? ¿Qué pasa con mi libertad? ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa cuando esto se acabe?

Las preguntas pueden ser en sí mismas las grandes aventuras. Porque no todos los viajes son hacia afuera - en coche o con un billete de avión. Hay grandes viajes hacia dentro. Y hay viajes que combinan las dos cosas, como las peregrinaciones.

Hay viajes que se viven alocadamente, porque no hay otra forma de vivirlos. Y otros que nos pillan con una responsabilidad adquirida a la que tampoco queremos o podemos renunciar.

Estate atento y toma las riendas, porque...

Si piensas que lo que sientes es culpa de las circunstancias, lo vivirás como un arrebato, como una locura momentánea que descabala tu vida y tus planes. Intentarás ignorarlo o te perderás en ello.


Cada jugada reparte sus propias cartas, desde el principio del juego y en cada nueva tirada.


… Qué hacemos con las cartas, esa es la cuestión.


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